Me confunden las ideas hasta mis propias palabras y los dos segundos que te quise escuchar. Has acabado estrangulándome la paciencia y lanzándola desde el noveno piso del edificio más alto del mundo. Tú tropezaste y caíste sobre mí lanzándome contra el suelo frío. Lo lamento, pero yo no soy a quien señala ese dedo acusador que intenta inyectar miedo en cada una de mis articulaciones. Al final ni la serenidad se ha dignado a esperarnos. Que te escapes y te pierdas, por los lugares que jamás has conocido. Siempre con cariño, claro.
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