Y así fue como te busqué entre los relojes, entre aquella minúscula maquinaria movida por una fuerza energética que poco a poco se iba agotando y perdiendo entre espacios de tiempo tan solo existentes en nuestra memoria, pequeño cerebro azul. Y las horas que esperamos la caída del cielo, un cielo con forma de piedra imantada o canto rodado. Y aquello se desprendía sobre nuestras cabezas con la misma fuerza con la que cae un vaso al vacío y estrangula al silencio. Para, finalmente, quedarnos así: tumbados sobre la nada.
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